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ABOUT ME

Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para
llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las
lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del
cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto.
Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga
de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando
comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las l1anuras en dirección al mar, a ver si
en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas,
sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos le animales blanqueados
por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el
espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en
carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus
cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados
por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque
no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era
tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos
hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se
convertían en riachuelos y esteros. 
Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una
aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó
aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la
curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo
charco turbio donde ella saciara su sed. 
--¿Qué es esto?--preguntó.

Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto.

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Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las l1anuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos de animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua.



Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar suscosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y pantanos.

 
Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una
aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó
aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la
curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo
charco turbio donde ella saciara su sed. 
--¿Qué es esto?--preguntó.​

--La página deportiva del periódico--replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su

ignorancia. 
La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el
significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel. 
--Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Negro Tiznad en el tercer round. 
Ese día Belisa Crepusculario se enteró de que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en  las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra.

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Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas. 


Varios años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando del Mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la Guerra Civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad. Los guerreros entraron al pueblo como un rebaño en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un espanto de huracán. Salieron volando las gallinas, dispararon a perderse los perros, corrieron las mujeres con sus hijos y no quedó en el sitio del mercado otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extrañó que se dirigiera a ella.

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Continuamos con la historia de Belisa Crepusculario...

Cuestiones para discutir en el foro:

Al comienzo del relato encontramos muchas hipérboles o exageraciones. Gracias a ellas qué imagen nos formamos del mundo que habita la protagonista.

¿Crees que la exageración está de algún modo presente en nuestras vidas? ¿Dónde, cuándo, cómo, quién o quiénes o para qué la usan/usamos?

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